(entrevista publicada originariamente en Educa.barcelona) Este 1 de junio se cumplen 2 años de la aprobación del Plan de Juego en el Espacio Público de Barcelona, una iniciativa que busca generar una ciudad jugable, al servicio de los niños y jóvenes. Desde entonces, la pandemia ha cambiado nuestras relaciones y actividades y se ha hecho más necesario que nunca tener espacios públicos de calidad que garanticen el derecho al juego y a la vida comunitaria. En motivo de este aniversario, el Ayuntamimento de Barcelona celebra las jornadas Ciudad Jugable: como se transforma Barcelona y el resto del mundo. En este acto participará, entre otros, Laia Pineda, directora del Instituto Infancia y Adolescencia de Barcelona, ente que hace años que realiza consultas a los niños y adolescentes para conocer su opinión. Hablamos con Laia Pineda, que nos cuenta cómo debe ser este espacio público y como hemos de escuchar a los niños y niñas para hacerlos partícipes del diseño de las ciudades.
Con la Covid se está dando más importancia a encontrarnos y hacer actividades al aire libre. ¿Están preparadas, sin embargo, las ciudades para albergar el juego infantil o siguen estando muy pensadas desde la perspectiva adultocèntrica?
Las ciudades han sido pensadas y organizadas para dar respuesta a las necesidades adultas, y eso no se cambia de la noche a la mañana, aunque hay más conciencia de mejorar las ciudades para dejar más espacio al juego y la movilidad. Y es que la planificación actual no sólo es adultocèntrica, sino que está orientada a dar respuesta a la economía productiva y en las necesidades del transporte privado. Queriendo introducir mejoras de tráfico, lo que hemos hecho ha sido llenar las ciudades de coches y generar problemas derivados como la contaminación del aire o la acústica. Hemos llegado al punto que llegamos a concebir el espacio público como peligroso para la infancia. El miedo y la necesidad de seguridad, que también son muy adultocentricas, nos han hecho delimitar y poner vallas en las áreas de juego infantil para preservar la seguridad. Todavía hoy el 60% del espacio público está ocupado por el tráfico rodado y, en lugar de hacer ciudades más amables, nos hemos dedicado durante décadas a generar espacios específicos para la infancia.
Estos espacios infantiles coartan las posibilidades del juego. Un adulto las diseña para decir a los niños que jueguen aquí y que jueguen así.
El proyecto Hablan los niños y niñas, del Ayuntamiento y desarrollado por el Institut Infància i Adolescència de Barcelona, es una investigación sobre bienestar subjetivo que nos ha permitido hablar con los niños para que nos den su perspectiva sobre cómo son estos espacios. Se ha hecho evidente que muchos de estos parques responden a franjas de edad determinadas, que dejan fuera los niños y niñas de entre 10 y 12 años, con ofertas de juego muy restringidas. Han insistido mucho en que lo que quieren no son áreas de juego “chulas” sino que piden un barrio tranquilo, donde poder transitar, que sea amable y con espacios de encuentro, con bancos y zonas verdes. No se trata, pues, de incrementar el espacio jugable, sino de diversificarlo.
En ciudades donde el juego está delimitado por el tráfico, la contaminación y la sensación de peligro, la solución suele pasar por encerrarse en casa.
Si el espacio se percibe como peligroso y los niños no encuentran lo que quieren en las calles, parece que la opción más segura es quedarse en casa, sí. Pero no es la mejor y no está al alcance de todos, porque muchas familias viven en pisos muy pequeños, sin espacio para jugar. Por ello, el espacio público es aquel que tiene que hacer de nexo, debe ser allí donde te dé el aire, el sol y te encuentres con iguales. De otro modo, los niños y niñas se recluyen en casa y no les queda otra que encontrarse a través de las pantallas.
¿Qué beneficios tiene el juego al aire libre?
Todavía no hemos entendido suficientemente que el juego es una necesidad vital. Los niños y niñas se relacionan jugando, es su lenguaje, su manera de descubrir el mundo y, por tanto, una vía imprescindible para aprender y socializar. Cuando decimos que el juego es un derecho, lo es al mismo nivel que los demás y es imprescindible que los adultos lo garantizemos. El juego se puede dar en muchos espacios, pero si es al aire libre se vincula con el ejercicio físico. Han sido demostrados repetidamente los beneficios del juego dinámico; lo que no quiere decir que el juego tranquilo no sea importante, pero no puede ser el único. En la encuesta sobre bienestar subjetivo, queda una cosa muy clara: cuando un niño pasa mucho tiempo jugando al aire libre está más satisfecho con su vida.
El hecho de poder jugar al aire libre también está relacionado con otros factores, como tener un núcleo familiar que te pueda acompañar al parque después de escuela.
Totalmente. Otra de las cosas que nos decían los niños y niñas en la encuesta es que quieren pasar más tiempo con las familias fuera de casa. No sólo se trata de que los acompañen al parque, sino de pasear, implicarse en las fiestas del barrio… Tienen ganas de hacer actividades, acompañados de sus adultos. Y es aquí donde entran con fuerza las desigualdades sociales, porqué esta disponibilidad es muy diferente según la clase social, o si tienes una familia ligada al trabajo o con unos horarios incompatibles con el tiempo fuera de la escuela. Los alumnos con más dificultades suelen ser aquellos que pasan poco tiempo con sus referentes familiares.
Cuando hablamos de ciudad jugable pensamos en niños y niñas, pero ¿qué pasa con los jóvenes y adolescentes? ¿Pensamos poco en ellos?
Cuando miras las áreas de juego, ves que están pensadas para una determinada franja de edad y que, efectivamente, a los adolescentes se les da poca respuesta. Tenemos espacios infantiles y espacios para personas adultas, como las terrazas de los bares, desde donde se puede vigilar qué hacen los niños y niñas. Pero la adolescencia la tenemos desatendida. Trabajamos para crear plazas y áreas de juego más diáfanas, no en una valla, donde niños y jóvenes puedan encontrarse entre iguales. La adolescencia es una etapa en que necesitan mucho socializar y no estar permanentemente bajo supervisión adulta. Por ello, debemos repensar los usos del espacio público para responder a las necesidades de los jóvenes. De este modo, también podremos desmontar una idea que tenemos muy interiorizada, que nos dice que el binomio adolescentes y espacio público es sinónimo de conflicto. Los jóvenes tienen derecho a que los pensemos en positivo: si el espacio estuviera pensado para ellos, tendrían resueltas muchas de sus necesidades y veríamos que los conflictos no son más que expresiones de malestar. No se trata de echarlos de las calles, sino de escucharlos.
¿Como escuchamos los niños y jóvenes, pues? ¿Como participan y, sobre todo, se les hace caso?
Desgraciadamente, aunque cada vez hay más sistemas de consulta y más conciencia, todavía lo hacemos poco. ¿Como es posible que cuando se diseña cualquier producto de mercado se tenga claro que la satisfacción del cliente es primordial, pero cuando diseñamos un servicio o espacio para los niños, niñas y adolescentes, no les preguntemos qué necesitan o desean? Ellos y ellas son los expertos y saben lo que significa ser niño mucho mejor que nosotros. En el programa Hablan los niños y niñas entrevistamos 4.000 niños y nos han dado muchas claves: tienen muchas propuestas sobre cómo resolver problemas y avanzar mejor hacia su propio bienestar. El quid de la cuestión es que hay que saber adaptar las herramientas y la forma de preguntar.
¿En qué sentido?
Dependiendo de la edad del niño, se debe preguntar de una manera u otra. Se deben crear espacios de participación que les parezcan atractivos y se debe enseñar a participar. Debemos pensar que la mayoría de canales de comunicación y participación están diseñados desde las necesidades adultas. El 34% de los niños y niñas nos dijeron que no se sentían suficientemente satisfechos en como los escuchaban los adultos. La escucha adulta es el elemento que más impacta en la satisfacción de la vida de los niños: cuando se sienten escuchados y saben que si tienen un problema serán atendidos, son mucho más felices.
¿Qué ciudad y qué juego querrían los niños?
En el proceso de participación hubo unas 5.000 propuestas y la mayoría coincidían en tener más zonas tranquilas, sin coches, limpias y más verdes. Quieren vida en el barrio, con más actividades gratuitas para hacer en familia, espacios de encuentro con juegos de mesa, equipamientos públicos en todos los barrios… Necesitan y quieren un vecindario amable, donde conozcan a los vecinos, que los ayuden si tienen problemas y que no los vean como un incordio si juegan a la pelota. En definitiva, necesitan verse como ciudadanos; echan de menos la vida comunitaria.
Sobre todo ahora con la pandemia
La Covid ha puesto blanco sobre negro problemas que ya teníamos, pero que se han radicalizado. Estas demandas fueron expresadas antes de la pandemia, pero se han acelerado los procesos. Cuando se nos pidió que nos quedáramos en casa, los turistas se fueron y los coches dejaron de circular, de forma natural, todos estos espacios públicos fueron ocupados por niños y niñas. Cuando los espacios están disponibles, se ocupan; si no salimos más a la calle es porque no nos sentimos acogidos.
¿Qué consecuencias tendrá a largo plazo la pandemia para los niños y jóvenes? Antes decías que necesitan que les escuchen, pero durante el confinamiento no se les escuchó nada.
El 47% de los niños contagiados son asintomáticos y el resto tienen síntomas muy leves. Con esto no quiero decir que no nos tengamos que preocupar, pero debemos entender que las relaciones son muy importantes para los niños, adolescentes y jóvenes y tenemos que hacer lo necesario para preservarlas. Una cosa es que las persona adultas nos sacrifiquemos, pero los niños deberían poder quedar al margen para preservar sus necesidades y prevenir consecuencias graves en la salud mental. Sus tiempos y espacios de encuentro han sido muy alterados y hay jóvenes que están petando. Hace poco, estaba en una reunión, como madre, y discutíamos sobre si se debían hacer las colonias o no. Una madre dijo que si los adultos habíamos dejado de ver familia y amigos, los niños también podían hacerlo. Pero no podemos estar más equivocados: un año en la vida de un niño no tiene nada que ver con un año adulto; no es verdad que puedan estar sin ver a sus amigos porque se pierden vivencias que, si no las viven ahora, no las vivirán nunca. Esta época es clave para prevenir depresiones y enfermedades. Si queremos una buena cohesión social en el futuro, tenemos que cuidar la infancia.
Y es que las consecuencias a largo plazo dependerán de nosotros. La desigualdad, la pobreza infantil o los problemas de salud mental ya se nos están manifestando. Si hacemos caso, tenemos posibilidades de remediarlo. Aún estamos a tiempo de entender la escuela y la educación fuera del colegio como servicios esenciales, no como complementos. Prevenir estas consecuencias está en nuestras manos y lo conseguiremos si acertamos bien donde ponemos los recursos.