(artículo publicado originariamente en el diari Ara). Hoy hace un año. Hoy hace un año que los columpios quedaron parados y las calles de las ciudades vacías y silenciosas. Hoy hace un año de aquel primer día en el que los niños, niñas, chicos y chicas se quedaron en casa porqué su colegio estaba cerrado. Día en qué empezaron 6 largas semanas sin poder salir a la calle para nada: fueron el único grupo de población a quién se impuso un confinamiento absoluto.
Hoy sabemos, contráriamente a lo que se decía por aquel entonces, que los niños y niñas no són “vectores de transmisión”. Varios estudios epidemiológicos han demostrado que se contagian menos de la covid-19 y que, en caso de hacerlo, pasan la enfermedad más leve y la transmiten menos a su entorno. Ahora bien, esto no quiere decir que la pandemia no les afecte, no. Les afecta, ¡y mucho!
Afortunadamente, hoy las escuelas están abiertas y la pandemia nos ha hecho más conscientes de su rol fundamental en las vidas de los niños y niñas. Pero algunas restricciones continúan y sus impactos se extenderán a medio o largo plazo. Porqué la pandemia no ha venido sola, sino acompañada de una enorme crisis económica y social que afecta negativamente a los entornos de todos los niños, pero sobre todo los de los más vulnerables. Con la covid-19 llueve sobre mojado y crecen y se intensifican las desigualdades que ya teníamos.
Uno de los impactos más relevantes es el aumento de la pobreza infantil, y el hecho de que afecta a niños y niñas que hasta ahora habían quedado al margen de ella. Si el lastre que arrastrábamos de la crisis de 2008 era que 3 de cada 10 niños (el 30,4%) vivían en riesgo de pobreza en Barcelona, ahora podríamos estar hablando de casi 4 de cada 10. Según la estimación realizada por el IERMB (mientras no tengamos nuevos datos oficiales), la tasa de riesgo de pobreza infantil habría aumentado entre 5 y 7 puntos (hasta el 35,3% o 37,5%), lo que significa que, sólo en la ciudad de Barcelona, entre 12.000 y 18.000 niños y niñas nuevos habrían entrado en una situación de pobreza debido a la crisis.
En paralelo crecen las desigualdades en educación, y la pandemia y el cierre de las escuelas han hecho emerger nuevas brechas educativas. Una encuesta del Ayuntamiento de Barcelona y BIT Hábitat revela que 1 de cada 4 alumnos (el 26,8%) no pudo seguir la escolarización online durante el confinamiento, por no disponer de buena conexión o de dispositivos digitales, porqué sus padres y/o madres no tenían tiempo o formación suficiente para apoyarles o bien porque no recibieron una oferta de escolarización online parte del centro.
Además, las desigualdades en salud también aumentan, y tienen efectos a medio y largo plazo. No sólo por la tipología de las viviendas en las que algunos niños se tuvieron que confinar (con falta de espacio, humedades, temperatura inadecuada, sobreocupación, etc.) sino también por la rotura de rutinas, el aumento del pantallismo, dietas más calóricas, menos ejercicio físico y poco contacto con la naturaleza. Todos ellos, hábitos que pueden aumentar el sobrepeso y la obesidad, que antes de la pandemia ya afectaba al 26,6% de niños y niñas.
A pesar de que la mayoría de alteraciones a nivel de salud mental y emocional (como más sentimientos de aburrimiento, tristeza o miedo) fueron extensas pero leves para la mayoría de los niños, en los casos donde creció mucho el estrés de las familias, también creció el riesgo de violencia hacia la infancia. Alrededor de 3 de cada 10 familias catalanas afirman haber vivido situaciones de tensión o conflicto con sus hijos o hijas durante el confinamiento, 2 de cada 10 perdieron los nervios llegando a gritarles o insultarles y 1 de cada 10 familias admite haberles pegado, según un estudio de Save the Children.
Ante este contexto de desigualdades crecientes en la infancia y la adolescencia se hacen más necesarias que nunca las políticas públicas de equidad e igualdad de oportunidades. Porqué la infancia es una etapa estratégica del ciclo vital. Y la infancia no espera: quien ha crecido en la pobreza, probablemente vivirá en la pobreza como adulto, así que es urgente romper el ciclo reproducción de desigualdades. Es un derecho legítimo de todos los niños y niñas y, además, con ello nos jugamos la cohesión social futura.